sábado, 20 de abril de 2019

MARIANO AGUSTÍN BETHANCOURT.

Con mi cálida poesía recorrí
los vagones de aquel ferrocarril,
donde dormido te encontrara
y te depositara mis lágrimas de abril.

Vine de la nebulosa de mis sueños
a posarme como haz de luz en tus entrañas,
cuando al compás de tus corcheas
himnos a tu nombre yo entoné

Tu imagen era esbelta y pura
como maestro del teclado tan sonoro,
donde escribo lo que añoro
y jurarte que eres mi maestro peculiar..

Decoraste a Quetzaltenango con tus manos
en el lienzo del cristal y el acetato
que nos cuenta entre hermanos
tu recorrido en la sinfonía señorial.

Figura sublime de las notas musicales
que irradian tu plenitud a mi conciencia
donde te guardo, te veo y te acaricio
y te pido que interpretes la nota sin final.

Se que cumplirás el deseo que te imploro
sin oración y sin misticismo confundido;
desde hace años que sigo tus férreos pasos
que en mi frente inédita escondí.


Y ahí te guardo celoso ante mi mundo
observando el peciolo de tu anhelo;
Francisco Román Bethancourt se llama
en el teclado o en lo magistral de mi consuelo.

Escribiste tu nombre en pentagramas,
Francisco Román lo rubricó,
para elevarlo a las estrellas
que solo Quetzaltenango sabe amar.

Es una querella ante la ciencia
que ustedes llevan en sus manos
para hacer que el hormigo cante
cuando lloro yo.

Sin duda que dormido y pensativo,
dictas tus notas musicales que faltaron
para deleitarme en ellas veo las estrellas
que con tu esencia multiplicaste tú.

Y así me enredo de nuevo con tu nombre
para continuar con mi poética vereda,
pero al encontrar la senda que forjaste
en tus manos vuelvo a descansar.

Es un sueño perfumado ´perceptible
en que tus sienes quiero bendecir
para que me tomes de la mano
y me lleves a tu altar.


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