viernes, 29 de junio de 2018

a Margarita Elizabeth Escobar Arauz.

no le escribo a Margarita de Rubén Darío,
sino a la flor que sin deshojarla me sonrió,
flor que sin perfume exuberante
mi alma en versos convirtió.

Margarita Escobar se llama;
así la reconoce el jardín donde es amada
tiene de polen sentimientos bellos
y de pistilos, cuerdas de lira enamorada.

De corola tiene cuerpo de inocencia,
de mejías el rubor del corazón,
de peciolo los dedos del Eterno
y de sépalos la nítida oración.

Tiene la magia del arcano
y la sinceridad del Redentor;
por eso quiero que elocuente viva
para darle al mundo solo amor.

Tiene entretejida entre sus manos
la seda que se baña en el rocío,
el que quiere mecerse en sus pestañas
y no divagarse en el iris del estío.


Me pierdo en la niña de sus ojos
para soñar en su inocencia,
cambiar mi pasado en prismático poema
y ofrecerle cada día mi elocuencia.

Esta Margarita que no he cortado
tiene en su sabia bondad y sobrada fe,
su clorofila fue hecha con esencias
qué solo Dios sabe como fue.

Sus manos tienen la sinceridad bien creada
que destilan solamente caridad
para poder multiplicar la amistad deseada
la que en este mundo ya es solo vanidad.

Así es mi poética y sencilla Margarita
que encontré en los jardines que amará;
habrá de conducirme hacia la gloria
donde mis pecados poco a poco esfumará.

Así anhelo que toda mujer sea:
con cualidades bellas y sencillas
para que la vida no pierda su sentido
y mi alma sus cortas redondillas.

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