martes, 17 de septiembre de 2013

A mi madre Juana Hortensia Rodríguez.

Perdona que hasta ahora de envíe estos versos,
no sé, si los anteriores te llegaron;
de lo que sí estoy seguro
de las oraciones que cada noche te dedico.

No oigo en mi oídos tus susurros
como respuesta a mis suspiros;
tal vez los guardes para cuando llegue
y cansado me apoye en tu regazo.

Te he extrañado lo suficiente,
máxime que también estoy cercano a la misma tumba,
entre pecados, fríos y consuelos he existido
para acercarme más pronto a ti.

Me ha costado romper barreras sociales,
me ha costado familiarizarme con la gente,
son retos que a tu nombre he vencido
para demostrar que tus sangre es de kilates.

No te asientas por mi, defraudada
los caminos nunca son como queremos
todos tienen subidas y quebrantos
pero me siento honroso de acordarme de tu nombre.

Bendigo a mis múltiples amigos,
también a mis enemigos de la sombra,
intentaron borrarte de mi mente
pero, más hicieron para afianzarme a ti.

No me he olvidado de tu ser querido
porque siempre vas conmigo,
sin importarte el sol, el frío y tempestades
que ratifican tu esencia de madre y de mujer.

Esto me da ansia de seguir triunfando,
caminar erguido sin prejuicios y egoísmo;
Dios me sostiene en cada paso
mientras enjutas mis lágrimas y salobre sudor.

No le tengo miedo al mundo
ni a la gente mala que lo habita,
tu me hiciste fuerte como un roble
y cauto como tu dermis celestial.

Unos me cuentan de tus razgos,
para rimarlos con tu magnánima bondad;
por eso trato de obedecer a mi conciencia
para delinear tu imagen que nunca conocí.

Te cuento que mi viaje ha sido un sueño,
tampoco pesadilla porque sería mentiroso;
es cierto que algunas de tus virtudes que me diste
las engasté en charcos y pecado.

Las que aún me quedan todavía
son el soporte de mis últimos y quebradizos pasos,
es por eso que valorizo lo que tengo,
principalmente mis hijos que son tuyos.

Dicen que la suerte existe
sin que haya brújula o estrella;
si es así, me la diste tu
sin olvidar a mi padre que fue mi timonel.

Aquí voy caminando ahora
sembrando flores y recogiendo azahares
para hacerte la corona que mereces
 y perfumarte en el lugar que estés.

La poesía debe ser sencilla y pura
para que llegue al alma de una madre;
fuiste dócil como rosa
y elegante en tu jardín.

No te oculto mis pecados cometidos,
no me gusta ser cobarde y un inútil,
porque aquél que esconde lo que es
no merece ser parte de la vida.

Me habrán tachado de nulo algunas bocas,
otros dedos me señalan todavía,
es por eso que estoy agradecido,
de lo contrario, paso inadvertido.

Tu no tienes la culpa de todo eso
yo fui el que me descarrié de tus consejos,
pero tengo la esperanza diosificada:
Que todo acaba y desaparece en esta vida.

Lo bueno es que no me siento enjuto
o débil como las cañas del trigal,
me siento enhiesto y firme como roca
hasta que Dios disponga de mi ser.

Si El no me hubiera perdonado,
sería pisoteado por el mal,
pero con la idea de florecer en lo que queda
 ni la muerte me podrá vencer.

Cuando muera y alguna losa me oculte
iridiscencia darán mis huesos en la noche
abonaré flores silvestres en el día
para que nunca muera tu nombre madre mía.

Te adelantaste hacia la gloria,
después de apagar tu lúcida fogata,
aquella que nuestra casa iluminaba
y me daba más calor junto a tu pecho.

Como te fuiste a escondidas
perdí las huellas de tus pasos,
perseverante los busco aquí en la tierra,
pero que tonto soy porque los guardo entre mi alma.

Ya estoy aquí y regresar a tu vientre ya no puedo,
espero que me comprendan mis hermanos;
si no pueden, que sigan su camino
y que me dejen cargar con mis pecados.

Aquí voy caminando poco a poco,
mojando mis labios con rocío,
acunando tu nombre con mi sombra
y tratando de soñarte cada noche.

Con mi palabrerío sin sentido
estoy interrumpiendo tu sueño y tu vigilia,
pero me urge contarte de mi vida
para que logre su último sentido.

No le hagas caso a la gente que me odia,
ponle atención a lo que digo,
´porque solo yo, siento lo que soy
y hasta donde he orado para poder cambiar.

Sigue durmiendo mientras llego,
atiza la lumbre de Jesús,
para que me deje tocar tus manos
y poder decirte: Madre aquí estoy.

Por eso no puedo olvidarte un momento,
no puedo borrarte de mi mente;
por favor dile a mi padre si lo ves
que tampoco renegaré de sus regaños.

Para que me distingas de los hijos de mi Dios,
llegaré con vestiduras blancas
dejaré al mundo sus falacias y engaños
y el arrepentimiento hasta ti me llevará.

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