lunes, 22 de abril de 2013

Al libro

Cuando un libro está en mis manos
somos de pronto más que hermanos;
el quiere deleitarme con su ciencia
y yo,  deleitarlo con mis dudas.

Con él, aclaro mi sutil entendimiento
para conocer algo de mi intento
porque todo quisiera conocerlo,
pero no sé, si la vida me da tiempo.

Tengo fe que su lumínica inocencia
me dé luz en mi existencia
para cuando mi vida se termine
no dude nada de este mundo.

El libro es el docto que a conciencia
combate la árida ignorancia;
es el consejero que no miente
y está atento al llamado soberano

Es el libro el profeta tan piadoso
que nada exige por su don precioso,
tampoco por alimentar el alma
con preceptos mágicos de amor.

Es el libro el arma que no hiere
y hace triunfar al noble y al que muere;
es tan grande el poder que tiene
que aunque lo ofendan no hace más que predicar.

Contiene el libro la magia inextinguible
para adentrarse a lo inexpugnable;
allí donde se esconde la incógnita sagrada
o la respuesta de lo ignoto y bello.

Es el libro el amigo que espera sin recelo,
ni se inquieta por la falta de un consuelo
que lo estime y desempolve su figura
y desentrañe sus secretos escondidos.

Quien como el libro que ajado
conserva la convicción de ser amado,
porque con su existencia nos educa
sin reprocharnos la cruel indiferencia.

No hay en sus vértebras sarcasmos,
no hay en sus lomos tal cansancio;
sabe que no caduca su existencia
aunque el moho destroce sus entrañas.

Vidas vienen y vidas se esfuman
mientras en el libro los versos se perfuman
para inmortalizarse cada día
en espera de anhelantes precursores.

Ante el libro el egoísmo se arrodilla
y pierde su prepotencia y osadía;
a veces creemos conocerlo todo
y nada somos en su afán.

Por ello me apoyo en sus consejos
y en sus letrados mis congojas dejo
ya que desde niño me alentó en mis pasos
y me enseñó a entenderlo todo.

Conocí que la vida es el libro verdadero
donde aprende el analfabeto y pordiosero;
es el libro de la experiencia cruda
que profetas da sin discriminar a nadie.

Es el libro el tesoro diligente
para el noble, sensato e indulgente;
también para el soberbio que lastima
por desconocer su origen globular.

Pobre del que margine tu esencia
porque la misma ley de la ignorancia
castigará al verdugo que te hiera
sin merecer perdón en aquel día.

Eres el trueno que da la calma y soledad;
eres la calma que produce tempestad;
esa que aviva toda llama apagada
sin esperar alguna caridad.

Por eso, siéntete docto, consejero y guía
porque son tus apelativos en poesía;
yo también velaré porque siempre seas
el confesionario que nunca me condene.

Quédate tranquilo con tu mutis soberano,
adormece tu dialéctica en mi mano
para adentrarme por siempre en ti
y quedarme allí para no morir jamás.

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